jueves, 13 de noviembre de 2008

Territorio del Norte Vol.3




La última parte de la primera incursión al Territorio nos lleva a Watarrka National Park o Kings Canyon. Después de pasar la noche en un camping con numerosos dingoes merodeando, nos levantamos prontito para aprovechar el día en el último highlight que nos quedaba de esta zona.




He de desvelar, y lo lamento por aquellos que probablemente os hayáis formado una idea de aventura y salvajismo en Australia, que me ahorro todas las fotos de parkings y otras commodities que se encuentran en prácticamente la totalidad de Australia. Aqui había un parking, baños, una barbacoa... Inconvenientes, pues todos los que os podéis imaginar para los que nos gusta ir a los sitios y pensar que estamos descubriendo algo; ventajas, todo está muy bien conservado y limpio. La verdad es sorprendente lo limpios que están estos sitios por donde pasar miles de turistas, de todos los tipos, al año.




Tomamos una de las dos rutas que se pueden hacer en el cañón, hay una que va por dentro de 2km y otra que va por arriba rodeando el cañón de 6km, nos decantamos por esta última. La primera parte fue el ascenso que habéis visto en la foto anterior.

A continuación, ya se puede empezar a imaginar lo que nos espera en las próximas horas...






Continuábamos subiendo, por un camino que invitaba a curiosear en todos los recovecos y salirse del camino marcado.





En Australia son bastante paternales, como veis, en el cartel explicativo (donde podéis encontrar información del cañón), nada más ascender 100 metros ya te invitan a que descanses y bebas agüita, muy rica.



Tomando altura se puede apreciar cómo son puntos concretos los que rompen la monotonía del desierto, que se extiende, vasto, cientos de kilómetros en todas direcciones.






A mi cada vez me iba seduciendo más y mi espítiru cabrilla empezaba a aflorar, Mikel, como buen vasco, también le llamaba el monte y empezamos a subirnos por donde pillábamos.







Los tonos ocres y rojizos lo acaparaban todo, creando toda una gama dentro de estos tonos dependiendo del tipo de luz que estuvieran recibiendo.









El camino transcurre entre zonas amplias y otras más encañonadas. El espacio crea sugerencias imposibles de ignorar, obligando a curiosear por todas partes.







Por fin llegamos a las paredes del cañón, abriéndose ante nuestros ojos en toda su magnitud. El calor apretaba bastante y las reservas de agua no eran muy abundantes, pero eso no melló los ánimos.





Nos paseamos por el borde de este cañón, que en algunos puntos alcanza casi los 300 metros de altura, el vértigo se apoderaba de algunos y otros sólo pensábamos en lo que molaría hacerse un rapelar por la pared.







Aprovechamos hasta para tomarnos un descanso en el balconcillo...

En el corazón del cañón, un pozo de agua permanente al que se le bautizó como Jardín del Edén.

Formas imposibles de una vegetación sedienta.


Las marcas de las piedras son la prueba de que hubo un tiempo en el que el agua fluía por este desamparado lugar. La limitación de la imaginación, sin embargo, impedía visualizar una situación semejante, todos los sentidos enviaban la información contraria...




Estas curiosas formaciones rocosas nos entretuvieron por un buen rato, como si fueran champiñones, parecían no tener razón de ser.

Siguiendo la ruta, nos encaminamos hacia la otra cara del cañón, el tiempo se echaba encima, pasamos por un desvío que bajaba al Jardín del Edén y la indecisión se apoderó del grupo, decidimos seguir con la ruta para que nos diera tiempo de hacer una parte del camino de vuelta de día, los canguros hacían lenta y peligrosa la conducción por la noche.


Un minuto después, Mikel y yo nos arrepentimos y dimos media vuelta. Teníamos que ver el Jardín, caminamos rápido y paramos poco a hacer fotos, para no hacer al resto esperar por nosotros. En unos 15 minutos habíamos llegado, y ese tipo, que era un chileno que estaba haciendo una especie de documental, despertó nuestra envidia cuando se tiró al agua como su madre lo trajo al mundo.



Nos aguantamos y pusimos rumbo de vuelta a la ruta principal para alcanzar al resto.



El camino hacia el pozo estaba plagado de vegetación, para ser el desierto, y ofrecía una estampa muy jurásica.
En un ratillo, alcanzamos el vértice del cañón, donde se extendían las paredes a cada lado.



Enseguida alcanzamos al resto del grupo, cientos de fotos e inicio del descenso para un merecido descanso, un piscolabis y otra vez a la carretera de vuelta a Alice Springs.





La última parte del camino todavía ofreció encantos como guinda final al viaje. Personalmente, de los tres lugares que hemos recorrido en este viaje, el Kings Canyon es lo que más me gustó.


Paramos a unos 60km de Alice Springs en un área de descanso a pasar la noche. No había luz y además nos ahorrábamos el dinero del camping. Por la mañana, en el horizonte, apareció esa extraña bruma que podéis observar.
Devolvimos las caravanas, fuimos al aeropuerto y abandonamos la tierra aborigen por excelencia.


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